En Valledupar. Ellos viven en un carro abandonado huyendo de la crisis en Venezuela

Cada día escuchamos historias de valor y sacrificio de los migrantes venezolanos que huyen de la crisis en Venezuela: caminan kilómetros por días, se refugian en plazas, son la cara de la crisis venezolana.

La siguiente historia, fue reseñada por una periodista venezolana, Ninoska Reyes, quien ejerce el periodismo en Colombia; un drama que evidencia la precaria situación de muchas familias venezolanos en el extranjero.

Cansado de pasar hasta una semana de hambre en Venezuela y ver a su hijo discapacitado degenerarse por padecer el síndrome de West, William Madrid tomó a su familia y salió “corriendo” de su país para refugiarse en Valledupar, tierra en la que a pesar de no tener los mejores privilegios, le ofrece un pequeño vehículo que aunque está abandonado, es el techo que hoy lo refugia junto a su esposa y dos hijos.

Un vehículo abandonado casi chatarra, sin vidrio delantero, sin motor, pero con unos cojines que para esta familia son la gloria. Allí pasan la noche a expensas del frío, la lluvia y hasta de la inseguridad, pero por fortuna también tienen una pequeña perra que los resguarda de cualquier peligro. Varias bolsas negras sustituyen los vidrios que por el abandono ha perdido el vehículo.

El carro, que es la casa de esta familia, se hace disimular entre otros abandonados que en un amplio terreno al lado del parque La Ceiba, barrio Nueva Esperanza de Valledupar, reposan a la espera de su arreglo mecánico. Pero la mano de Dios no ha permitido que sus propietarios acudan a retirarlos, pues hoy son el refugio para este grupo familiar que pide a gritos una mano solidaria.

William junto a su esposa, su hijo discapacitado de 14 años y otro de 11, desde las 6:00 de la mañana salen a los alrededores del parque Las Ceiba a pasar el día, pues el reducido espacio en el carro, marca Renault de color azul, no les permite pernoctar durante muchas horas.

Lo acompañan su esposa, Yakelin Bolívar, con quien ha compartido 26 años de vida, Yaiver su hijo de 11 años y Winder, quien en su condición de discapacitado y entre lo real y lo imaginario va sentado en su silla haciendo cualquier gesto y sonido como una especie de clamor ante la calamidad que padece.

La rutina de esta familia no cambia. William aprovecha un espacio del parque y al lado de una acequia por donde pasa un pequeño caudal del río Guatapurí, colocó un improvisado aviso ofreciendo sus servicios lavando carros, actividad que compagina con la limpieza de lotes en los alrededores del barrio.

Allí y debajo de un frondoso árbol colgó una hamaca para que su hijo Winder descanse durante el día, ya que por las noches es poco lo que duerme por las constantes convulsiones que sufre. En otro espacio cocinan con leña la comida que a diario muchas personas le donan o compra este padre de familia con lo poco que recoge por su trabajo.

Cuenta William que a diario lava dos o tres vehículos, para los cuales no tiene tarifa, recibe lo que las personas le dan, que en muchos casos es más de lo que vale. Y así transcurre su día. Logran bañarse en el riachuelo y a las 8 de la noche vuelven a su casa, el carro abandonado donde además reposan sus pertenencias y los esperan pedazos de sábanas y almohadas que durante mes y medio han sido testigo del sufrimiento vivido.

POR FAVOR AYUDEN A MI HIJO

William para el momento de recibir al equipo del DIARIO DEL CESAR, llevaba en sus manos el pequeño trapo con el que lava los vehículos, que aunque un poco mugriento, le sirvió para secarse las lágrimas que por más de media hora aguantó mientras narraba su historia. “Yo lo que necesito es que ayuden a mi hijo, él tiene 14 años y sufre el Síndrome de West. Por la situación que padecemos desde que estábamos en Venezuela, el niño tiene más de cinco años sin someterse a un chequeo médico y ya el tratamiento anticonvulsivo no le hace afecto”, explicó.

Winder toma Fenobarbital y carbamazepina pero ya su organismo no lo tolera, lo calma por ratos y luego se pone inquieto y hasta le da insomnio. “Él necesita una revisión urgente, mi niño se me está degenerando y lo consumen las necesidades que enfrentamos”.

Explicó que en varias oportunidades han recurrido a los organismos de salud en Valledupar, pero por la condición de migrantes irregulares no les permiten acceder al sistema de salud, solo lo atienden por urgencias mientras la vida de este pequeño ángel va en detrimento.

El síndrome de West (SW) o síndrome de los espasmos infantiles es una encefalopatía epiléptica de la infancia, grave y poco frecuente, que debe su nombre al médico inglés William James West. Se caracteriza típicamente por tres hallazgos: espasmos epilépticos, retraso del desarrollo psicomotor y electroencefalograma con un trazado característico de hipsarritmia, aunque uno de los tres puede no aparecer. Los niños con SW suelen manifestar la enfermedad entre los 3 y 6 meses de edad, aunque en ocasiones esto ocurre hasta los dos años. En el caso de Winder, la enfermedad apareció cuando tenía tres meses de nacido a causa de una convulsión, explicó su madre Yakelin Bolívar, quien cargó el menor en vista de lo inquieto que estaba.

Como si supiera que estaba implorando ayuda, Winder en medio de sus dificultades la abrazó y le estampó un beso en la boca a su mamá, e hizo un sonido como de emoción que lo tranquilizó y accedió a volver a su silla de ruedas, mientras su padre también sobaba en sus pies y cabeza para hacerle entender que allí estaban ambos luchando por su bienestar.

NO HA SIDO FÁCIL

Yakelin recordó que desde hace diez meses llegaron a Colombia escapando del drama humanitario que vive Venezuela. Primero llegaron a un centro de refugio en Maicao. Como peregrinos fueron recorriendo pueblo a pueblo hasta llegar a Valledupar, donde han pernoctado por más tiempo.

“No es lo mejor vivir dentro de un carro abandonado, pero luego de haber pasado fuertes aguaceros en parques o chozas improvisadas, estas cuatro latas son nuestro refugio que junto al apoyo de los vecinos nos permite salir adelante pensando que todo acabará”, dijo esta madre de familia a quien se le nota en su rostro los signos de trasnochos producto de las atención que necesita su niño discapacitado.

Explicó que en estado Aragua, de donde son oriundos en el vecino país, un plato de comida era un lujo. “Agua y mango eran las exquisiteces que probábamos los cuatro durante el día. A veces una porción de arroz para cada uno era lo que llevábamos a la boca, después de haber tenido una situación económica holgada, ya que mi esposo siempre trabajó en una constructora y hasta Winder gozaba de excelentes servicios médicos”.

Pero ya todo se acabó y ahora esta es la realidad que toca vivir. Hay una sola satisfacción que el mango fue sustituido por un plato de comida decente y el agua por algunas porciones de alimentos para sus hijos. “Esta vez solo imploramos asistencia médica para nuestro pequeño Winder”, exclamó la pareja mientras abrazaban a su hijo.

NINOSKA REYES/DIARIO DEL CESAR

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